20 mayo, 2007

Cuento que te cuento.

Hace muchos siglos, en un país muy lejos de todo, donde existían los caballos alados, los duendes traviesos y las sirenas cantaban, existió una historia en la que los protagonistas fueron dos criaturas (algunos dicen que él era un duende y ella era un hada; otros afirman que eran algo así como dos hombres pájaros o Ángeles); y cuentan que jugaban a las escondidas entre las nubes, que escuchaban las historias de los árboles mas viejos, que nadaban con los delfines hasta donde se pierde el sol, que hundían sus pies en la arena que le hacia cosquillas al mar, que bailaban con el verano, defendían al otoño, abrigaban el invierno y perfumaban la primavera. Dicen que un día una gran tormenta hizo que el mar se enfureciera después de haberle dicho que él no valía ninguna pena. Y fue una lucha de días y noches la que arrazo con el país donde estas dos criaturas habitaban.

Cuando la batalla finalmente terminó, una de las criaturas cayo en la cuenta de que se encontraba sola, y así comenzó su búsqueda por toda la región, hasta que finalmente encontró las alas de su compañera entre una flor muy, pero muy hermosa de colores violetas, amarillos, rojos y verdes; desesperado comenzó a gritar llamándola por su nombre para ver si estaba por allí cerca, pero no obtuvo respuesta. Después de mucho tiempo se sintió muy cansado y se durmió junto a las alas de su compañera, y soñó, soñó que se despertaba y esa flor comenzaba a hablarle: “Compañero, no te angusties ni te aflijas, pero has de seguir tu solo por este largo camino sin fin, no llores porque temes quedarte solo, puesto que yo no te he abandonado, yo siempre estaré aquí minando la tierra de colores y de aromas, pero tu, tu necesitas volar, porque el cielo necesita tus alas y el mar tu planeo, por eso vuela, yo estaré aquí siempre que me necesites”. Bruscamente se despertó y lo primero que vio fue esa hermosa y bella flor que le había hablado en el sueño y pudo sentir como su aroma se desvestía para ingresar en su nariz; se incorporo y hecho a volar, tal como su compañera se lo había pedido.

Dicen que a veces, después de grandes tormentas y maremotos, se ve a un ángel recoger flores a la orilla del mar.

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